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Barcelona (EFE).- Su posición estratégica en el Mediterráneo ha hecho de Barcelona y Cataluña un epicentro de cumbres internacionales, sobre todo vinculadas a la diplomacia euromediterránea, que se vieron alteradas durante los años álgidos del proceso independentista, y hay que remontarse hasta 2006 para encontrar un precedente de cita hispanofrancesa, que fue en Girona.
Quince ministros europeos de Exteriores y doce del sur y este del Mediterráneo se dieron cita el 28 de noviembre de 1995 en la histórica Conferencia de Barcelona, con el entonces presidente del Gobierno, Felipe González, y su ministro Javier Solana como principales promotores, durante la presidencia española de la UE.
La capital catalana dio nombre a una declaración que sirvió de acto fundacional del «Proceso de Barcelona», una asociación de 27 países con el objetivo de hacer del Mediterráneo «un espacio común de paz, estabilidad y prosperidad, mediante el refuerzo del diálogo político y de seguridad y la cooperación económica, financiera, social y cultural».
La Conferencia sobre Economía del Desarrollo de 2001 en Europa del Banco Mundial, que debía celebrarse en junio de aquel año, acabó siendo suspendida un mes antes por esa organización, para evitar las protestas anunciadas por los grupos antiglobalización.
La portavoz del Banco Mundial aseguró que había «llegado la hora de pronunciarse contra este tipo de intimidación frente a un debate libre»; la suspensión, en cambio, fue un «éxito» para grupos antiglobalización de todo el mundo que habían convocado las protestas, con el apoyo de partidos catalanes como ERC e ICV.
El primer Consejo Europeo de la era euro se celebró en Barcelona el 15 y 16 de marzo de 2002, cuando la ciudad fue sede de una cumbre de jefes de Estado y de Gobierno, durante la presidencia española de la UE, con José María Aznar al frente de la Moncloa.
Entre protestas de miles de activistas antiglobalización (se llegó incluso a suspender temporalmente el Tratado de Schengen para intentar evitar su entrada), esa cumbre barcelonesa alumbró un amplio plan de reformas económicas y sociales, con el acuerdo sobre liberalización de mercados energéticos como símbolo.
Cataluña tiene un precedente de cumbre hispanofrancesa: el 16 de noviembre de 2006 los presidentes José Luis Rodríguez Zapatero y Jacques Chirac se reunieron en Girona, con el presidente catalán, Pasqual Maragall, como anfitrión; pasearon por las calles, fueron recibidos por la alcaldesa Anna Pagans e incluso participaron en un foro de diálogo civil en el que intervino Maragall.
España y Francia acordaron pedir a la Comisión Europea que nombrara un coordinador para proponer un trazado definitivo para la línea eléctrica de Muy Alta Tensión entre ambos países, entre protestas de 2.000 personas, entre ellas ediles de varios partidos.
La capital catalana fue elegida oficialmente en 2008, en Marsella (Francia), como sede del secretariado permanente de la Unión por el Mediterráneo, pero la puesta de largo se hizo esperar hasta el 4 de marzo de 2010, cuando el Palau de Pedralbes -que se convirtió en sede física de la entidad- acogió la presentación oficial del nuevo secretario general de la UpM, el jordano Ahmad Masadeh.
Junto a 43 banderas de los Estados miembros posaron ministros de Exteriores, el comisario europeo Stefan Füle, el Alto Representante de la Alianza de Civilizaciones de la ONU, Jorge Sampaio, el secretario general de la Liga Árabe, Amr Moussa, el presidente catalán, José Montilla, el alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, y el exAlto Representante de Política Exterior de la UE, Javier Solana.
El inicio del proceso independentista catalán a partir de 2012 inició una serie de choques, también diplomáticos, entre la Generalitat y la Moncloa en citas internacionales celebradas en Barcelona.
En 2013, Barcelona acogió el I Foro Económico del Mediterráneo, que reunió a diez ministros de Exteriores de la UE y el norte de África, pero que estuvo marcado por un cruce de declaraciones previo entre los gobiernos español y catalán sobre la presencia o no del presidente de la Generalitat, Artur Mas, que finalmente acudió para saludar a los asistentes, pero no intervino ni acompañó a Mariano Rajoy.
Ese choque institucional provocó que, en 2015, ni Mas ni ningún representante del Govern asistieran a la reunión de ministros de Exteriores del I Foro Regional de la Unión por el Mediterráneo.
En cambio, dos años después, en el segundo encuentro de ese foro, el entonces president, Carles Puigdemont, y el ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, recibieron juntos a los ministros de 28 países de la UE y 15 del sur del Mediterráneo; Puigdemont intervino en la bienvenida y definió a Cataluña como «socio comprometido».
Pero la declaración de independencia meses después lo cambió todo: como ejemplo, en octubre de 2018 el presidente catalán, Quim Torra, no fue invitado a la tercera reunión del Foro; el motivo lo dio el ministro español de Exteriores, Josep Borrell, que no quiso darle escenario para «seguir vilipendiando el buen nombre de España».
La llegada de Pere Aragonès a la presidencia catalana ha supuesto el reinicio de las relaciones institucionales con Bruselas: en 2022 se reunió en el Palau de la Generalitat con el vicepresidente de la Comisión Europea, Margaritis Schinas, conversó con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, en el Cercle d’Economia en Barcelona, y se vio en Bruselas con dos comisarios europeos.
Pero ese deshielo político con el Gobierno de Pedro Sánchez también tendrá su faceta diplomática en la celebración en Barcelona de la cumbre del próximo jueves: invitado por la Moncloa, Aragonès asistirá a la cita, aunque en los alrededores del Museo Nacional de Arte de Cataluña el proceso independentista seguirá presente, con una manifestación en la que también participará ERC, partido del presidente catalán.
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