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2024-03-29 13:01:25

El carro nupcial de Pompeya, sepultado por la erupción del Vesuvio, llega a Roma

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Gonzalo Sánchez |

Roma (EFE).- El subsuelo de Pompeya, la ciudad sepultada por la erupción del Vesuvio hace dos milenios, devolvió en 2019 un nuevo tesoro: un raro carro nupcial en bronce y plata que ha sido reconstruido y ahora se expone en Roma, en una muestra que ahonda en la relación entre el hombre actual y sus ancestros.

Este extraordinario vestigio podrá verse desde hoy y hasta el 30 de julio en la exposición “L’istante e l’eternità: tra noi e gli antichi” (El instante y la eternidad: entre nosotros y los antiguos) en las Termas de Diocleciano de la capital.

El carro ha sido identificado como un “pilentum”, un vehículo que en el mundo clásico era usado por las élites, sobre todo para el ritual de acompañar a la esposa a su nueva casa tras el matrimonio.

Se trata de un caso único en Italia no solo por su sorprendente estado de conservación, tras dos mil años bajo la ceniza, sino porque es la primera vez en que un carro nupcial -solo se encontró otro en Tracia, Grecia- es estudiado y, además, reconstruido.

El coche se perdió tras la erupción del Vesubio en el año 79 d.C y en su largo tiempo enterrado, como es natural, perdió sus partes orgánicas, como la madera o el cuero, pero se conservó su estructura metálica, sus ejes y su decoración en plata y bronce de temática erótica.

 Una de las esculturas que forman parte de la exposición "L'istante e l'eternità: tra noi e gli antichi" (El instante y la eternidad: entre nosotros y los antiguos) que se expone en las Termas de Diocleciano de Roma.
Una de las esculturas que forman parte de la exposición “L’istante e l’eternità: tra noi e gli antichi” (El instante y la eternidad: entre nosotros y los antiguos) que se expone en las Termas de Diocleciano de Roma. EFE/ Gonzalo Sánchez.

Todas estas partes han sido colocadas en un nuevo carro de madera con idéntica forma, gracias a la realización de un calco del hueco que dejó bajo tierra, y de este modo el visitante podrá apreciar por primera vez cómo era un “pilentum”.

El resultado ha sido apreciado por autoridades como el ministro de Cultura, Gennaro Sangiuliano, sobre todo porque su descubrimiento fue posible gracias a un programa de la Fiscalía de Torre Annunziata (sur) que persigue el saqueo de los yacimientos “vesubianos”.

300 restos arqueológicos

La exposición en las Termas de Diocleciano cuenta con unos 300 restos arqueológicos, entre estos el carro y otras obras griegas, etruscas, itálicas, medievales y contemporáneas, con el objetivo de analizar la relación del mundo moderno con la Antigüedad.

El recorrido se abre con los calcos de dos víctimas anónimas del fuego del Vesubio sobre cenizas, cuya silueta retorcida aún permite sentir el horror del desastre pompeyano. Es el ejemplo perfecto de la eternidad contenida en un instante.

Los organizadores quieren demostrar que es posible sentir empatía con esos pobres pompeyanos aunque vivieron hace mucho tiempo.

La relación entre el hombre moderno y el antiguo, explican en uno de los paneles, es “sustancialmente doble”: por un lado se creó tras un largo proceso de transmisión artística e intelectual que fraguó la llamada Cultura Clásica; pero por otro se generó “un fenómeno de asimilación” con seres que vivieron dramas y alegrías parecidos a los actuales (como una boda, en el caso del carro).

Para exponer esa relación con la antigüedad, la muestra descubre por primera vez al público restos arqueológicos descubiertos o restaurados en los últimos meses.

Entre los mitos que constituyeron el mundo actual está el rapto de Zeus de la princesa Europa convertido en toro y que aparece personificada por primera vez en la llamada “Tabula Chigi”, un importante bajorrelieve romano comprado por el Estado el año pasado.

La cercanía de la Antigüedad también queda patente en los ritos religiosos, en las construcciones -se han traído a Roma pedazos de techos o de frescos de Pompeya- , en la rutina de las casas o en las tradiciones.

La última vitrina de la muestra recoge numerosas representaciones del cuerpo en terracota, como manos, pies, ojos, lenguas, dientes, penes, vaginas o senos, ofrendas exvoto que los hombres y mujeres de tiempos remotos dedicaban a los dioses cuando les dolía algo.

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